Creo perseguir unos versos que sonríen con hambre atrasada.
Un coche y una carretera para descomponer el levante a nuestra espalda y el
cierzo en el frontal. Kilómetros por la Iberia de arriba a la izquierda. Pienso
en Pessoa, en cierto versos sebastanianos, paganos, alguno despersonalizado y
esquizofrénico; bucólico incluso los que surgen junto al rebaño. Indómitos.
Te seguiré por Durban, pero será más tarde; empezemos por
los callejones de otra de tus ciudades, por tus antepasados judíos que Sa
Carneiro trataría a empellones. Por el tranvía y el Tajo; ¿o acaso se requieren
otros ríos? Que hoy sea el Duero.
Patria de lengua portuguesa aderezada de licor y nicotina.
Letra y pluma, mejor si son espesas.
Comienza una búsqueda, un tanto desubicada, por tu norte,
por calles de tu compañía. Poeta huidizo, solitario y múltiple. Aborreceré el
café no pagado en escudos si no te noto en los muros. Locales de tu nostalgia,
hospedajes donde escribir de pie odas de Reis y versos de Campos.
Anacronismos estivales: gelideces impropias y despertares a
destiempo. No le queda ni el verano al pobre. Oporto amanece.
Nos han aplastado ciudades y formas de vida. Nos hemos
refugiado en cuevas y madrigueras sin oxígeno. Las estaciones y aeropuertos
sólo unen no-lugares. La primera impresión de las ciudades te la proporciona su
arquitectura. Oporto está desfigurada. Cochambre que regala vida. Se emprende
el extraño viaje.
Hermosa y decadente, dual, dicotómica, maniquea arquitectura
de esplendores pasados.
El portugués puede ser el único ser del mundo que, alejado
de chauvinismos patrios y egos inflados, posee un concepto de sí mismo
abismalmente inferior a su verdadera valía. Perfil bajo. Curiosa infravaloración
derrotista que les aplasta y les impide mirar más allá de la horizontal. El
efecto Pigmalion que, como tal, se acaba cumpliendo.
Las casas se alternan entre el desconche, la reforma
anacrónica y el deshaucio. Se suceden fachadas de antiguo régimen y arcaica
burguesía, coloniales e indianas incluso, con el triste encalado o el mortero
sin ornar. La expresividad del azulejo desencantado, pared con pared con la
frustración inmobiliaria en forma de puntal Algo mágico sucede cuando el
pueblo, la cultura, su enraizamiento, su atavismo, su rutina y su forma de
curtir sentidos, sueños y sin sentidos se abandona a sí mismo. Hábitos y
convenciones rurales en una ciudad que no deja de ser la segunda de un país de
la OCDE. Mejoras de espíritu frente a lo material. Portugal o la lucha frente
al consumismo.
Y todo se resume en disfrutar de la vida como si cada día
fuera un domingo para el cristiano, y cada instante un orgasmo simultáneo.
Aunque en Oporto la vida hubiera podido detenerse. El golpe ahora vendrá con
más carga melancólica que nunca, la apuesta continúa siendo la misma.
El viaje, brumoso y tamizado en incertidumbre, se ha
mostrado pleno, seguro en su fórmula de aportar significado y felicidad
sosegada, madura. Sin duda, Oporto, ciudad de otro tiempo, ya formas parte de
mi acervo, de mi memoria, del depósito de recuerdos por el que los más
triunfadores ofrecerían patrimonios enteros. Gente amable y hospitalaria,
sincera y honesta. Sencillez como belleza.
Mañana Oporto sonará tan lejos como tu nombre lo hacía en La
Mancha. Tan lejos como aquel lugar donde nos dedicamos a enviar la felicidad en
sobres certifcados.
Allá, Oporto, donde todo resulta mucho más simple.
Oporto, Agosto de 2007
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