domingo, 3 de febrero de 2013

Porque la vida es un fado. Lisboa, marzo 2008







PORQUE LA VIDA ES UN FADO

Lisboa como micromundo, como ejemplo de la vida en pequeña escala. Son miles las vertientes del tránsito. ¿Dónde acabar? Una deriva por cada curiosidad que se tenga. En Lisboa nadie olvida que lo importante es el proceso. Ser fadista no será jamás perder el Sol de vista, porque ser fadista o tanguista, como decía Ayala, es concentrar toda la filosofía del siglo XX.

Al pasear por la ciudad desconchada y decadente, por su belleza inviolable, la cabeza vuelca la magia y el deseo en lo puro. Perderte, por el adoquín donde incendios y demás tipologías catastróficas en forma de ismos fueron hace años convocados y golpearon sin suerte el lomo de las colinas. Hermano pobre que sigue creyendo en la fantasía a falta de recursos. Niño pobre que tiene como único juguete su imaginación, de la que surgen mundos e ingenios sin papel de regalo. Bendita inocencia la del niño obligado a imaginar. Bendito reducto que alienta la curiosidad y la inquietud.

Dos traspiés por as rúas:
Uno. Cuando llegues al mirador de Don Pedro V, aguanta hasta que el reloj haya extraviado su tiempo antes de dejarte caer de la colina.
Dos. Nos hacemos los ciegos, Ricardo Reis y yo, cuando nos cruzamos por la rúa del Alecrim.

Xente que pasa, a quen lle rouban o seu sosego; xente que engrosa as filas do desemprego…”. Gente con amabilidad esculpida en sus rostros, a golpes de sumisión u honestidad. Servilismo del atávico a dictaduras de religiones y faldas largas negras y pañuelos en la cabeza. Pérdidas colonialistas, decadencias imperiales, desprecios continentales, complejos de hermano menor, burlas ibéricas… “Ainda esta terra vai a cumplir o seu ideal; ainda vai a tornarse un inmenso Portugal”.

La amabilidad de quien se cree mucho menos de lo que es, extraño influjo planetario el que convierte al portugués, por una suerte de efecto pigmalión, en la avanzadilla del remolque; en el enano, no en el niño.

Unos pintan, otros duermen, los más pasean entre el adoquín húmedo y la turba… y las estrellas. Y pasear por la Alfama, derivar y nunca encontrarse. Adoqín centenario que pisó con su voz Amalia Rodríguez. Sé que fuiste siempre mío, barrio pueblo, de colada colgando y guitarra a medio afinar.. Hay ciudades hechas de la misma materia que el tiempo perdido por perder. Lisboa, e a magoa e a estrechez que sofren as ánimas…

Ciudad del futuro, espacio donde nuestras ensoñaciones nos querrían hacer llegar. El adoquín decadente que es traqueteado por novedosas emociones desde el tuétano. La vida sin imposturas, sinceridad, naturalidad. ¿Qué dice Mariza?

Lisboa como metáfora del último reducto del humanismo. Lisboa como punto de fuga, inalcanzable al ojo materialista que sólo sabe de monumentalidades y caudales. Lisboa como hogar. Hablando de casas y patrias, de hogares y naciones; sólo hay una, una que merezca la pena al regresar.

Lisboa, marzo 2008

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