PORQUE LA VIDA ES UN FADO
Lisboa como
micromundo, como ejemplo de la vida en pequeña escala. Son miles las vertientes
del tránsito. ¿Dónde acabar? Una deriva por cada curiosidad que se tenga. En
Lisboa nadie olvida que lo importante es el proceso. Ser fadista no será jamás
perder el Sol de vista, porque ser fadista o tanguista, como decía Ayala, es
concentrar toda la filosofía del siglo XX.
Al pasear por la ciudad desconchada y decadente, por su
belleza inviolable, la cabeza vuelca la magia y el deseo en lo puro. Perderte,
por el adoquín donde incendios y demás tipologías catastróficas en forma de
ismos fueron hace años convocados y golpearon sin suerte el lomo de las
colinas. Hermano pobre que sigue creyendo en la fantasía a falta de recursos.
Niño pobre que tiene como único juguete su imaginación, de la que surgen mundos
e ingenios sin papel de regalo. Bendita inocencia la del niño obligado a
imaginar. Bendito reducto que alienta la curiosidad y la inquietud.
Dos traspiés
por as rúas:
Uno. Cuando
llegues al mirador de Don Pedro V, aguanta hasta que el reloj haya extraviado
su tiempo antes de dejarte caer de la colina.
Dos. Nos
hacemos los ciegos, Ricardo Reis y yo, cuando nos cruzamos por la rúa del
Alecrim.
Xente que
pasa, a quen lle rouban o seu sosego; xente que engrosa as filas do
desemprego…”. Gente con amabilidad esculpida en sus rostros, a golpes de
sumisión u honestidad. Servilismo del atávico a dictaduras de religiones y
faldas largas negras y pañuelos en la cabeza. Pérdidas colonialistas, decadencias
imperiales, desprecios continentales, complejos de hermano menor, burlas
ibéricas… “Ainda esta terra vai a cumplir o seu ideal; ainda vai a tornarse un
inmenso Portugal”.
La amabilidad
de quien se cree mucho menos de lo que es, extraño influjo planetario el que
convierte al portugués, por una suerte de efecto pigmalión, en la avanzadilla
del remolque; en el enano, no en el niño.
Unos pintan,
otros duermen, los más pasean entre el adoquín húmedo y la turba… y las
estrellas. Y pasear por la Alfama, derivar y nunca encontrarse. Adoqín
centenario que pisó con su voz Amalia Rodríguez. Sé que fuiste siempre mío,
barrio pueblo, de colada colgando y guitarra a medio afinar.. Hay ciudades
hechas de la misma materia que el tiempo perdido por perder. Lisboa, e a magoa
e a estrechez que sofren as ánimas…
Ciudad del
futuro, espacio donde nuestras ensoñaciones nos querrían hacer llegar. El
adoquín decadente que es traqueteado por novedosas emociones desde el tuétano.
La vida sin imposturas, sinceridad, naturalidad. ¿Qué dice Mariza?
Lisboa como
metáfora del último reducto del humanismo. Lisboa como punto de fuga,
inalcanzable al ojo materialista que sólo sabe de monumentalidades y caudales.
Lisboa como hogar. Hablando de casas y patrias, de hogares y naciones; sólo hay
una, una que merezca la pena al regresar.
Lisboa, marzo 2008
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