lunes, 3 de junio de 2013

Vacíos y/o presencias, 2007


Su tiempo no había sido empleado durante los últimos meses en sentirse triste, esa tristeza tantas veces sufrida en el pasado había sido sustituida por agobios, ciclotimias nerviosas, cierto estrés estructural y una búsqueda continua de actividades laborales, académicas y lúdicas disuasorias.

Huyo de la tristeza que me provoca la gente que me falta llenando sus vacíos con la gente que poseo, solía decir cuando se le inquiría al respecto, cosa, por cierto, cada vez menos común ya que nadie parecía interesarse por su estado de ánimo.

Y era ese vacío de sus ausencias el que últimamente crecía con rapidez, y lo hacía al mismo ritmo en que la necesidad vital de cubrirlo incrementaba las actividades disuasorias. Pero estas nuevas actividades únicamente tapaban momentáneamente pequeños frentes que rápidamente se reproducían haciendo más y más grande el vacío.

El hueco de sus ausencias no pudo ser solapado por la literatura, el cine o la música, tras descubrir que los libros, las películas y las canciones no salvan los planetas.

El hueco de sus ausencias no pudo ser disimulado por el contacto con la gente al percatarse que no era la gente sino la persona la única capaz de recubrirlo.

El hueco de sus ausencias no pudo ser velado por sus continuos viajes al comprobar que las fronteras únicamente estimulaban nostalgias del hogar anhelado.

El hueco de sus ausencias sólo desacreditaba el valor de las presencias.

Sólo entonces, cuando la metástasis del vacío dominaba la noche y alcanzaba el día, apareció ella, y donde hubo vacío surgió la presencia, la única presencia

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