Su tiempo
no había sido empleado durante los últimos meses en sentirse triste, esa
tristeza tantas veces sufrida en el pasado había sido sustituida por agobios,
ciclotimias nerviosas, cierto estrés estructural y una búsqueda continua de
actividades laborales, académicas y lúdicas disuasorias.
Huyo de
la tristeza que me provoca la gente que me falta llenando sus vacíos con la
gente que poseo, solía decir cuando se le inquiría al respecto, cosa, por
cierto, cada vez menos común ya que nadie parecía interesarse por su estado de
ánimo.
Y era ese
vacío de sus ausencias el que últimamente crecía con rapidez, y lo hacía al
mismo ritmo en que la necesidad vital de cubrirlo incrementaba las actividades
disuasorias. Pero estas nuevas actividades únicamente tapaban momentáneamente
pequeños frentes que rápidamente se reproducían haciendo más y más grande el
vacío.
El hueco
de sus ausencias no pudo ser solapado por la literatura, el cine o la música,
tras descubrir que los libros, las películas y las canciones no salvan los
planetas.
El hueco
de sus ausencias no pudo ser disimulado por el contacto con la gente al
percatarse que no era la gente sino la persona la única capaz de recubrirlo.
El hueco
de sus ausencias no pudo ser velado por sus continuos viajes al comprobar que
las fronteras únicamente estimulaban nostalgias del hogar anhelado.
El hueco
de sus ausencias sólo desacreditaba el valor de las presencias.
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