Cuentan de estados pusilánimes que dejan de
inmolarse sólo por no perder su poltrona, de ideales alálicos malvendidos en
mercados liberalizados, de miopías crónicas, de estupideces atávicas.
Cuentan de riscos y barrancos donde, lemmings
encarnizados, cada noche se lanzan al vacío no menos de mil autenticidades y
principios; ayer, sin ir más lejos, cuentan, pocos de éstos recularon al
contemplar el vacío.
Cuentan de utilidades sin distinguir teorías
de consumidor y votante, de derechos sin contemplar los ángulos, de entierros
del matiz diferenciador y de la divergencia natural, del exilio de lo múltiple.
Cuentan hoy de aquel otro Estado y no doy
crédito.
Lo que no cuentan es que yo mañana objeto, por razones filosóficas y
religiosas (sic), a la asignatura de Lengua y Literatura, porque soy laísta y
“la pego porque es mía”; a la asignatura de Ciencias Naturales, porque soy
creacionista y Darwin nunca debió salir de las Galápagos; a la asignatura de
filosofía, porque soy tomista y no he tenido a lo largo de mi vida ni una sola
experiencia empírica; a la asignatura de economía porque soy friedmaniano y me
gusta comprar tanto pipas Facundo como Piponazo; a la asignatura de Historia
porque soy Isabelista y me resulta repugnante Carlos Hugo de Borbón y Parma; a
la asignatura de Inglés porque pretendí mantener un “dialogue” en Maine y no me
comprendieron; a la asignatura de matemáticas porque nunca me he cruzado en
calle alguna con un paralelepípedo; a la asignatura de música porque Ligeti me
deja la cabeza loca; a la asignatura de vivir porque soy el novio de la muerte…
y veo, Millán, que por fin ha muerto la inteligencia.
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