jueves, 31 de julio de 2014

Tránsitos, 2007


Llegaron desorientados, había que verlos respetando el protocolo del que tanto renegaban, y lo hicieron procurando amnesias que permitieran integrarlos en rutinas desconocidas y hasta entonces sólo intuidas mediante terceras, cuartas voces.
Obligándose a desenraizarse de uno y mil suplicios, de todos y cada uno de los prejuicios impuestos, esos mismos que desarman y cercenan con su filosofía coercitiva para con todo ejemplo de heterodoxia.
Compartieron en comandita iniciales incertidumbres y estragos en potencia, con poco ingeniosos comentarios recubiertos de la falsa jocosidad que tiende a ocultar las grandes verdades, las que se susurran al oído y se tipografían con letras capitales, las únicas que podrían llegar a importar.
Fueron -indecisos, apocados, indolentes- puntales maleados y zarandeados, sin procesar correctamente causas y efectos, por imponentes formas de energía, trascendentes a reglamentos de termodinámica y generadoras potenciales de nuevas y equilibradas revoluciones; hallándose a merced, áglotas incorruptibles como se caracterizaban, de babeles y eolos.
Ejercieron de hijos pródigos en edenes deportados, de amigos exóticos, de turistas responsables, de conciudadanos redistribuidores de riquezas atávicamente inicuas, hasta que los más expresivos ojos del Magreb y todos aquellos rostros que (muy a su inocente pesar, y muy a nuestro doloso gozar, se presentaban curtidos, como lo estaban, en desazones y abandonos) concentraban toda la tristeza del mundo, quisieron imponer significados a las, no nos engañemos, precarias en sacrificios, pulsiones de vida de ambos.


Y fueron miradas sin soslayo ni disimulo, abrazos que nacían desde cada víscera, sonrisas proyectadas desde la caña, caricias sin disculpas, bailes arrítmicos, juegos de improvisada dinámica y actitudes en recepción las que supeditaron glotismos y dialectos, las que simplificaron universos en primarias y sinceras risas y su contrapunto en necesarios llantos. Reír y llorar, diría el rumbero catalán, infinitivos convertidos en gozos y derrotas legítimas, las únicas dignas de sufrir y disfrutar, las que obtiene mediante injusta transferencia el septentrional tras hurto, dolo y leso delito cometido al sur.
Y quisieron empaparse de melaninas, textos, cazuelas, vestuarios, desplazamientos, itinerarios, arquitecturas, tratamientos, paladeos, olores, despedidas, protocolos, compromisos, intercambios... y sino lo consiguieron como hubieran deseado fue por todos estos y aquellos bien llamados factores externos –por resultar incontrolables, inasibles, indisponibles, faltos de heteronomía y campar, por tanto, a sus anchas por juegos y anhelos- que impidieron atávicamente y continúan a día de hoy con su maldita manía congénita de coartar el alcance de plenitudes proporcionando, a sabiendas, recursos insuficientes y extemporáneos –ya llamemos a éstos cronómetro, limitaciones o bien soledad, o ya sean idiomas, tobillos o ausencias-.
Y burlaron oprobios y sevicias anunciadas con inherente malformación por quienes jamás quisieron salir de la hipoteca de sus cuatro paredes, y se aliñaron con languideces de incomprensible inocuidad, con recuas de admiradores ultraprotectores, con excantantes entregados a la psicotropía estructural, con rostros cadavéricos reproducidos al detalle en colgantes y pabellones, con maestros de simpatía acumulada en estratos de sarro ajenos a sellados de fisuras y pulidos de amalgama, con cooperantes vocacionales en busca de inescrutables objetivos vitales, con la quinta generación de descendientes por afinidad de la barra de hierro que adulteró lóbulos frontales y neocórtex de Phineas Gage, con sujetos primarios, amebas protozoarias elementales con sorprendentes aptitudes en los fogones, con coordinadores descoordinados... misceláneo de hasta 77 impagables y transitorios filones de nuevas, ya suyas, realidades.

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