Llegaron desorientados, había que verlos
respetando el protocolo del que tanto renegaban, y lo hicieron procurando
amnesias que permitieran integrarlos en rutinas desconocidas y hasta entonces
sólo intuidas mediante terceras, cuartas voces.
Obligándose a desenraizarse de uno y mil
suplicios, de todos y cada uno de los prejuicios impuestos, esos mismos que
desarman y cercenan con su filosofía coercitiva para con todo ejemplo de
heterodoxia.
Compartieron en comandita iniciales
incertidumbres y estragos en potencia, con poco ingeniosos comentarios
recubiertos de la falsa jocosidad que tiende a ocultar las grandes verdades,
las que se susurran al oído y se tipografían con letras capitales, las únicas
que podrían llegar a importar.
Fueron -indecisos, apocados, indolentes-
puntales maleados y zarandeados, sin procesar correctamente causas y efectos,
por imponentes formas de energía, trascendentes a reglamentos de termodinámica
y generadoras potenciales de nuevas y equilibradas revoluciones; hallándose a merced,
áglotas incorruptibles como se caracterizaban, de babeles y eolos.
Ejercieron de hijos pródigos en edenes
deportados, de amigos exóticos, de turistas responsables, de conciudadanos
redistribuidores de riquezas atávicamente inicuas, hasta que los más expresivos
ojos del Magreb y todos aquellos rostros que (muy a su inocente pesar, y muy a
nuestro doloso gozar, se presentaban curtidos, como lo estaban, en desazones y
abandonos) concentraban toda la tristeza del mundo, quisieron imponer
significados a las, no nos engañemos, precarias en sacrificios, pulsiones de
vida de ambos.
Y fueron miradas sin soslayo ni disimulo,
abrazos que nacían desde cada víscera, sonrisas proyectadas desde la caña,
caricias sin disculpas, bailes arrítmicos, juegos de improvisada dinámica y
actitudes en recepción las que supeditaron glotismos y dialectos, las que
simplificaron universos en primarias y sinceras risas y su contrapunto en
necesarios llantos. Reír y llorar, diría el rumbero catalán, infinitivos
convertidos en gozos y derrotas legítimas, las únicas dignas de sufrir y
disfrutar, las que obtiene mediante injusta transferencia el septentrional tras
hurto, dolo y leso delito cometido al sur.
Y quisieron empaparse de melaninas, textos,
cazuelas, vestuarios, desplazamientos, itinerarios, arquitecturas,
tratamientos, paladeos, olores, despedidas, protocolos, compromisos,
intercambios... y sino lo consiguieron como hubieran deseado fue por todos
estos y aquellos bien llamados factores externos –por resultar incontrolables,
inasibles, indisponibles, faltos de heteronomía y campar, por tanto, a sus
anchas por juegos y anhelos- que impidieron atávicamente y continúan a día de
hoy con su maldita manía congénita de coartar el alcance de plenitudes
proporcionando, a sabiendas, recursos insuficientes y extemporáneos –ya
llamemos a éstos cronómetro, limitaciones o bien soledad, o ya sean idiomas,
tobillos o ausencias-.
Y burlaron oprobios y sevicias anunciadas con inherente malformación por
quienes jamás quisieron salir de la hipoteca de sus cuatro paredes, y se
aliñaron con languideces de incomprensible inocuidad, con recuas de admiradores
ultraprotectores, con excantantes entregados a la psicotropía estructural, con
rostros cadavéricos reproducidos al detalle en colgantes y pabellones, con
maestros de simpatía acumulada en estratos de sarro ajenos a sellados de
fisuras y pulidos de amalgama, con cooperantes vocacionales en busca de
inescrutables objetivos vitales, con la quinta generación de descendientes por
afinidad de la barra de hierro que adulteró lóbulos frontales y neocórtex de
Phineas Gage, con sujetos primarios, amebas protozoarias elementales con
sorprendentes aptitudes en los fogones, con coordinadores descoordinados...
misceláneo de hasta 77 impagables y transitorios filones de nuevas, ya suyas,
realidades.
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