domingo, 11 de enero de 2015

Estado de Sitio (adaptación escolar)

ESTADO DE SITIO

Adaptación didáctica para una lectura dramatizada de la obra de Albert Camus

PERSONAJES:
OFICIAL de la guardia civil.
ABRIL.
NADA.
El señor JUEZ.
El señor GOBERNADOR.
Xavier.
El HOMBRE CORPULENTO / LA PESTE.
La SECRETARIA.
MUJERES de la ciudad.
HOMBRES de la ciudad.


Se levanta el telón. La escena está completamente oscura. Una sirena de alarma suena como un zumbido lejano.
De repente, al fondo, surgiendo del lado derecho del escenario, un cometa se desplaza lentamente hacia el lado izquierdo. Ilumina con sombras chinescas los muros de una ciudad fortificada española y la silueta de varios personajes que dan la espalda al público, inmóviles, con la cabeza en dirección al cometa.
Dan las cuatro. El dialogo entre las gentes es casi incomprensible, como un murmullo.
UNA MUJER.- ¡El fin del mundo!
UN HOMBRE.- No, mujer, cómo va a ser el fin del mundo.
OTRA MUJER.-. ¿Y si el mundo muere…?
OTRA MUJER.- No, mujer. El mundo sí, pero España no puede morir.
OTRO HOMBRE.- ¡Es el cometa del mal!
OTRA MUJER.- Incluso España puede morir.
OTRA MUJER.- ¡De rodillas todos ante el cometa!
OTRO HOMBRE.- ¡España, no, hombre! De ninguna manera.
LA MISMA MUJER.- Incluso España…
CORO COMPLETO.- ¡Cometa; aléjate de nosotros…!
Como asustado, el cometa se aleja. Hay revuelo en la plaza.
UN HOMBRE.- ¡Es señal de guerra!
UNA MUJER.- Eso depende…
UN HOMBRE.- Basta, es el calor. La culpa la tiene el verano.
LA MISMA MUJER.- Eso depende…
OTRA MUJER.- ¡Es un maleficio sobre la ciudad!
OTRO HOMBRE.- Ay, ciudad nuestra. ¡Un maleficio cae sobre ti!
LA MISMA MUJER.- Eso depende…
Los ciudadanos miran fijamente, de nuevo, al cometa. La voz de un OFICIAL de la Guardia Civil surge de entre el gentío.
OFICIAL.- ¡Entrad en vuestras casas! No habéis visto nada. Mucho ruido para nada; eso es todo.
UNA MUJER.- Es una señal. Y no hay señales sin motivo.
UN HOMBRE.- Pronto tendremos guerra, ésta es la señal.
OTRO HOMBRE.- No digáis tonterías. En nuestra época ya nadie cree en señales.
OFICIAL.- ¡Todos a sus casas! La guerra es asunto nuestro, no vuestro.
UN HOMBRE.- Oficial, ¿qué quiere decirnos el cometa?
OFICIAL.- La Guardia Civil piensa que estáis alterando el orden público.
LA MISMA MUJER.- Ya veo. La Guardia Civil tiene suerte. ¡Son tan claras sus ideas!
OTRA MUJER.- ¡Es un mal sino!
OTRO HOMBRE.- ¡Es una maldición!
OFICIAL.- ¡A casa, todo el mundo a casa!
Dan las cinco. El cometa desaparece. Las gentes se refugian en el calor de sus casas. Entra por un lateral, despistada, cojeando, algo bebida, la borracha de la ciudad: NADA. Antes de comenzar a hablar se lleva una botella a la boca.
NADA.- ¡Vean! Yo, Nada, luz de esta ciudad por instrucción y conocimientos, borracha por desdén, os informo de que esta ciudad está en apuros. Ese cometa es una mala señal. Habéis hecho las tres comidas, habéis trabajado las ocho horas y habéis mantenido a vuestras mujeres e hijos, y pensáis que ya todo está en su sitio. Pero no. Ya está hecha la advertencia.
De entre el gentío, solemne, aparece el SEÑOR JUEZ.
JUEZ.- Temed todos las consecuencias más terribles y rogad a Dios que perdone vuestros pecados. ¡De rodillas! ¡De rodillas, os digo!
Todos se ponen de rodillas; todos menos NADA.
JUEZ.- Ten temor, Nada. Ten temor y arrodíllate.
NADA.- No puedo, tengo la rodilla tiesa. Y en cuanto al temor, en nada creo en este mundo más que en el vino. Y del cielo, en nada.
JUEZ.- Perdónale, Dios mío, porque no sabe lo que dice, y permite que subsista esta ciudad de hijos tuyos.
NADA se ríe y se burla del JUEZ y del destino de la ciudad. Ve entre la gente a la joven ABRIL y se dirige a ella.
NADA.- Abril, regálame una botella con la marca del cometa.
ABRIL.- Me voy a casar con el hijo del Juez, Nada. Quisiera que no ofendas más a su padre. Es ofenderme a mí también.
Suena un trompeta, reaparece el OFICIAL DE LA GUARDIA CIVIL con un bando en las manos.
OFICIAL.- Orden del Gobernador. Que todos se retiren y vuelvan a sus tareas. Los buenos gobiernos son los gobiernos en los que no pasa nada. Pues bien, esa es la voluntad del Gobernador. Que no pase nada en su gobierno para que éste continúe siendo tan bueno como lo ha sido siempre. Se asegura pues, a los habitantes de la ciudad, que en este día no ha pasado nada por lo que valga la pena alarmarse o inquietarse. Por eso todo el mundo, a partir de la presente, deberá tener por falso que cometa alguno haya aparecido en el horizonte de la ciudad. El que contravenga esta decisión será castigado con el rigor de la Ley.
El Oficial se retira.
NADA.- Bien, Abril ¿qué me dices de esto? ¡Toda una gran idea, verdad!
ABRIL.- Es una estupidez, Nada. Mentir es siempre una estupidez.
NADA.- No, sólo es política. ¡Qué buen gobierno tenemos!
ABRIL.- Desprecias demasiadas cosas, Nada. Economiza tu desprecio, lo necesitarás.
NADA.- Tengo desprecio hasta la muerte. Estoy por encima de todas las cosas.
ABRIL.- Nadie está por encima del honor.
NADA.- ¿Qué es el honor, hija?
ABRIL.- Lo que me mantiene en pie.
NADA se burla.
ABRIL.- Está bien, Nada, tengo que irme. Xavier, el hijo del Juez me espera. Por eso no creo en la calamidad que tú anuncias. Tengo que ocuparme de ser feliz. Es un largo trabajo ése.
NADA.- Ya te lo he dicho, hija. No esperes nada. ¿Por qué crees que así me llamo? La comedia va a comenzar.
NADA y ABRIL desaparecen uno por cada lateral. Luz, animación general, música. Los tenderos extienden sus tableros, aparece la plaza del mercado. El pueblo, la llena poco a poco, exultante.
CORO GENERAL.- ¡No ocurre nada malo!
UNA MUJER.- ¡No es una calamidad, es la abundancia del verano!
UN HOMBRE.- ¡Apenas se ha terminado la primavera y ya los frutos se alzan en la cima del verano!
OTRA MUJER.- Uvas pegajosas, melones color manteca.
CORO GENERAL.- ¡Nada pasa, no pasará nada!
OTRA MUJER.- ¡Sardinas fritas, deliciosas sardinas fritas!
OTRO HOMBRE.- Sin dolor, se sacan las muelas sin dolor.
OTRA MUJER.- ¡Pidan la cinta del cometa!
Todos se llevan el dedo a la boca en señal de silencio, dirigiéndose a la MUJER.
CORO GENERAL.- Pshhhhhhhhh….
LA MISMA MUJER.- Eh. ¡Pidan, pidan la cinta… sideral!
Todos compran la cinta sideral. Gritos de alegría. Música. El GOBERNADOR con su séquito llega al mercado. Se instalan.
GOBERNADOR.- Vuestro Gobernador os saluda y se alegra de veros reunidos como de costumbre. Decididamente nada ha cambiado, y eso es bueno. Los cambios me irritan, me gustan mis costumbres.
UN HOMBRE.- No, Gobernador, nada ha cambiado en verdad, y nosotros los pobres podemos asegurártelo.
UNA MUJER.- Nada ha cambiado. Los fines de mes son bien apretados, y nos seguimos alimentando únicamente de pan y de cebolla.
CORO COMPLETO.- ¡Nada ha cambiado!
GOBERNADOR.- El Gobernador se alegra mucho. Nada bueno hay en lo nuevo.
De repente, suenan dos enormes golpes secos.  Una mujer y un hombre caen en medio de la multitud. Una MUJER y un HOMBRE se dejan caer al suelo, como fulminados. Ni una palabra más, ni un gesto. El silencio es completo. Tras unos segundos de inmovilidad, precipitación general.
UN HOMBRE.- Apártense, soy médico.
El médico examina uno de los cuerpos. Se aparta con temor.
EL MISMO HOMBRE.- La peste.
TODOS se llevan la mano a la boca, hacen una genuflexión y se alejan lentamente andando de espaldas.
CORO GENERAL A muchas voces.- Las peste. La peste. La peste. La peste.
UN HOMBRE.- ¡El castigo! ¡Ha llegado el castigo!
UNA MUJER.- El antiguo mal ha caído sobre la ciudad.
OTRA MUJER.- Habrá tantos muertos que ya no quedarán vivos para enterrarlos.
OTRO HOMBRE.- ¡Dentro de cuarenta días, el fin del mundo!
CORO FEMENINO.- ¡Dentro de cuarenta días, el fin del mundo!
OTRA MUJER.- ¡Menta, salvia, romero, tomillo! ¡Atención, estos remedios son infalibles contra la peste!
Algunos se precipitan a la iglesia. Los otros giran a derecha e izquierda mientras la campana toca a muerto. Se levanta una especie de viento frío, mientras que el sol comienza a ponerse.
UNA MUJER.- El viento, el viento nos salvará. La plaga tiene horror al viento. Todo irá mejor.
Al mismo tiempo, el viento se calma. Dos nuevos golpes secos resuenan ensordecedores. Se dejan caer dos HOMBRES. Todos se llevan la mano de nuevo a la boca, hace una reverencia y retroceden.
La muchedumbre huye  hacia el exterior dejando los cuerpos sin vida en el centro.
Mientras, en casa del GOBERNADOR, éste valora la situación junto al JUEZ y al OFICIAL de la Guardia Civil.
OFICIAL.- Excelencia, la epidemia se desencadena con una rapidez que desborda todos nuestros recursos. Los barrios están más contaminados de lo que se cree.
JUEZ.- Me inclino a pensar que hay que ocultar la situación y no decir la verdad al pueblo a ningún precio.
OFICIAL.- De momento, la enfermedad se ensaña sobre todo con los barrios exteriores, pobres y superpoblados. Dentro de nuestra desgracia, esto por lo menos es satisfactorio.
EL GOBERNADOR.- Todo se arreglará. Lo fastidioso es que yo debía ir de caza. Estas cosas suceden siempre cuando uno tiene un asunto importante.
JUEZ.- No falte usted a la caza, Gobernador. La ciudad debe saber cómo usted es capaz de mostrar temple sereno en la adversidad.
En las calles, trajín y horror. Entra XAVIER, buscando a su amada.
XAVIER.- Abril, ¿dónde está Abril?
UNA MUJER.- Está en el Hospital, junto a los enfermos.
XAVIER corre hacia un extremo de la escena y choca con ABRIL, que lleva la mascarilla de los médicos de la peste. Retrocede alarmado.
ABRIL.- ¿Te doy tanto miedo, Xavier?
XAVIER.- Abril, al fin tú. Quítate esa mascarilla y estréchame contra ti.
ABRIL no se mueve.
XAVIER.- ¿Qué ha cambiado entre nosotros? Hace horas que te busco, y te encuentro con esa mascarilla de tormento y enfermedad. ¡Quítatela, te lo ruego!
ABRIL.- ¡Tengo compasión, Xavier! No me toques. Quizás ya esté el mal en mí y te voy a contagiar.
A su espalda llegan gritos y gemidos de los enfermos.
ABRIL.- Me están llamando, ya lo oyes. Tengo que ir. Pero ten cuidado de ti, ten cuidado de nosotros. Qué vergüenza, Xavier. Me parece que tengo miedo.
Se oyen gemidos de enfermos. ABRIL corre en dirección a ellos. XAVIER queda solo, abatido.
CORO FEMENINO.- ¿Quién tiene razón y quién se equivoca?
Entra el OFICIAL dispuesto a leer un nuevo bando del GOBERNADOR. Suenan trompetas.
OFICIAL.- Orden del Gobernador. A partir de este momento, como señal de penitencia por la desgracia común y con el fin de evitar los riesgos del contagio, se prohibe toda reunión pública y toda diversión. Asimismo el Gobernador se halla en situación de traquilizar a los ciudadanos. Según la opinión de todos los médicos, bastará que se levante el viento marino para que la peste ceda…
Dos MUJERES se dejan caer. Golpean el suelo
Le interrumpen dos enormes golpes secos mientras las campanas al vuelo tocan a muerto. Luego, solamente reina un silencio de terror, en medio del cual entran dos personajes extraños, a los que todos siguen con la mirada. El hombre es corpulento. Lleva una especie de uniforme con una condecoración. La mujer lleva también uniforme y un bloc de notas en la mano. Avanzan ambos hasta el palacio del GOBERNADOR y saludan.
GOBERNADOR.- ¿Qué quieren de mí, forasteros?
EL HOMBRE CORPULENTO.- Su puesto.
GOBERNADOR.- Ha elegido usted mal el momento y esta insolencia puede costarle cara. Pero sin duda hemos entendido mal, ¿quién es usted?
EL HOMBRE CORPULENTO.- Yo soy la peste. ¿Y usted?
GOBERNADOR.- ¿La peste?
EL HOMBRE CORPULENTO.- Sí, y tengo necesidad de su puesto. Si le diera dos horas, por ejemplo, ¿le bastaría para transmitirme los poderes?
GOBERNADOR.- Esta vez ha ido demasiado lejos y será castigado por su impostura. ¡Guardias!
EL HOMBRE CORPULENTO.- ¡Espere! Deseo sinceramente que usted me ceda el puesto sin obligarme a mostrar quién soy. ¿No puede creer en mi palabra?
EL GOBERNADOR.- No tengo tiempo que perder, y esta broma ha durado demasiado. ¡Detengan a este hombre!
EL HOMBRE CORPULENTO.- No hay más remedio que resignarse. Pero todo esto es bien enojoso. Amiga mía, ¿querrá usted proceder a una exclusión?
El HOMBRE CORPULENTO extiende el brazo hacia un ciudadano. LA SECRETARIA tacha algo ostensiblemente en su bloc de notas. LA SECRETARIA tacha. Un HOMBRE se deja caer de inmediato al suelo. El golpe resuena en toda la ciudad. LA SECRETARIA examina el cuerpo.
LA SECRETARIA.- Todo está en orden, Excelencia. Las tres marcas están ahí. Una marca es caso dudoso. Con dos está contaminado. Tres, y se decreta la exclusión. No hay nada más sencillo.
EL HOMBRE CORPULENTO.- ¡Ah! Gobernador, olvidaba presentarle a mi secretaria. Aunque ya la conoce usted, ¿verdad? ¿Gobernador, el plazo de dos horas le parece suficiente?
EL GOBERNADOR.- ¡Deténganse! Si le cedo el puesto, ¿podemos salvar la vida yo y los míos?
EL HOMBRE CORPULENTO.- ¡Pues claro, por supuesto, es la costumbre!
El Gobernador duda, consulta con el JUEZ y luego se vuelve hacia el pueblo.
EL GOBERNADOR.- Pueblo, comprenderéis, estoy seguro, que todo ha cambiado ahora. Por vuestro interés es tal vez conveniente que yo deje esta ciudad a la nueva potencia que acaba de manifestarse. Suerte a todos.
El GOBERNADOR balbucea, retrocede y trata de escapar. El éxodo comienza.
EL HOMBRE CORPULENTO.- Por favor, Gobernador, no se vaya tan deprisa. Necesito un hombre que tenga la confianza del pueblo y que me sirva de intermediario para dar a conocer mis deseos y ordenanzas. ¿Acepta usted, naturalmente?
EL GOBERNADOR.- Eh… Desde luego, es un honor.
EL HOMBRE CORPULENTO.- Perfecto. En estas condiciones, querida amiga, va a usted a comunicarle al Gobernador aquellos de nuestros decretos que hay que dar a conocer a estas buenas gentes para que empiecen a vivir dentro de la reglamentación.
LA SECRETARIA.- Ya sabe usted, Gobernador, se trata de acostumbrarles a un poco de oscuridad. Cuanto menos comprendan, mejor irán. Dicho esto, aquí están las ordenanzas que va usted a hacer pregonar por la ciudad una tras otra, para facilitar la digestión hasta de los espíritus más lentos.
CORO COMPLETO.- ¡El Gobernador se va, el Gobernador se va!
Entra NADA, tambaleándose, por un lateral.
NADA.- Tiene derecho, pueblo, tiene derecho. El Estado es él y hay que proteger al Estado.
CORO DE MUJERES.- El Estado era él y ahora ya no es nada.
CORO DE HOMBRE.- Como él se va, la Peste es el Estado.
NADA.- ¿Qué puede eso importaros? Peste o Gobernador, siempre es el Estado.
El pueblo deambula desorientado y parece buscar salidas para huir de la ciudad. El GOBERNADOR lee al pueblo las nuevas ordenanzas.
EL GOBERNADOR.- Todas las casas infectadas deberán ser marcadas en medio de la puerta con una estrella negra, so pena de sufrir los rigores de la ley.
CORO MASCULINO.- Nuestros señores decían que nos protegerían y, sin embargo…
UN HOMBRE.- Henos aquí solos.
CORO FEMENINO.- Nuestros amos decían que no ocurriría nada y, sin embargo…
OTRO HOMBRE.- Tenemos que huir, huir sin tardanza antes de que las puertas vuelvan a cerrarse sobre nuestra desgracia.
EL GOBERNADOR.- Todos los víveres de primera necesidad estarán en adelante a disposición de la comunidad, y serán distribuidos en partes iguales y mínimas a todos los que puedan probar su leal pertenencia a la sociedad.
Se cierra la primera de las tres puertas de la ciudad. Carreras, terror.
UNA MUJER.- ¡Van a cerrar todas las puertas!
UN HOMBRE.- Huid, aún no están todas cerradas.
EL GOBERNADOR.- Todos los fuegos deberán apagarse a las nueve de la noche y ningún particular podrá permanecer en un lugar público o circular por las calles de la ciudad a partir de esa hora.
UN HOMBRE.- ¡Corramos hacia las puertas que aún están abiertas!
UNA MUJER.- Corramos al encuentro del viento
CORO COMPLETO.- ¡Corramos al Mar!
El éxodo se precipita. Se cierra la segunda puerta de la ciudad.
EL GOBERNADOR.- Está severamente prohibido prestar asistencia a toda persona afectada por la enfermedad, a no ser que se denuncie a las autoridades. La denuncia entre miembros de una misma familia está particularmente recompensada.
UNA MUJER.- ¡De prisa!
UN HOMBRE.- ¿Quién nos librará del hombre y sus terrores?
 UNA MUJER.- Sólo queda una puerta abierta.
CORO COMPLETO.- ¡Huyamos al mar!
Se oye un fuerte portazo. La tercera y última puerta de la ciudad se ha cerrado.
EL GOBERNADOR.- A fin de evitar todo contagio por la difusión del aire, como las propias palabras pueden ser vehículo de infección, se ordena a todos los habitantes que tengan constantemente sobre la boca un pañuelo empapado en vinagre que les preservará del mal, al mismo tiempo que les inducirá a la discreción y al silencio.
CORO MASCULINO.- Desgracia, desgracia
CORO FEMENINO.- Estamos solos, la Peste y nosotros.
A partir de este momento, todos se meten un pañuelo en la boca. HOMBRES y MUJERES se meten un pañuelo en la boca. Gemidos y silencio. En el Palacio del GOBERNADOR reaparece la PESTE.  Se sube a la parte alta del decorado y hace un señal. Todo se detiene, movimientos y ruidos.
LA PESTE.- Yo reino. El estado de sitio ha sido proclamado. Está prohibido el patetismo, lo mismo que algunas otras pamplinas, como la ridícula angustia de la felicidad, el rostro estúpido de los enamorados, la contemplación egoísta de los paisajes y la culpable ironía. En lugar de todo esto, yo traigo la organización. Acabaréis por comprender que una buena organización vale más que un mal patetismo. Y para ilustrar este hermoso pensamiento comienzo por separar a los hombres de las mujeres: ésta será la Ley. Los grupos se dividen en HOMBRES y MUJERES. Vuestras monerías han tenido su tiempo ¡Se trata ahora de ser serio! Pero cuidado con las ideas insensatas, con las furias del alma, con las pequeñas fiebres que dan lugar a las grandes revueltas. Os traigo el silencio, el orden y la absoluta justicia. Mi ministerio ha comenzado.
Cae el telón, fin del primer acto.
Al levantarse el telón, sepultureros con atuendo de presidiarios retiran a los muertos. El chirrido de la carretilla se deja oír entre bastidores. Desde lo alto de su palacio la PESTE dirige a los obreros.
LA PESTE.- Vamos, vosotros, de prisa. Las cosas van muy lentas en este ciudad. Este pueblo no es trabajador, le gusta la holganza, bien se nota. ¡De prisa! Rodead la ciudad de setos de espino. Colocad mi estrella sobre las casas. Y usted, Secretaria, comience a preparar nuestras listas.
La PESTE se retira. Quedan el JUEZ y la SECRETARIA en el escenario, frente a una fila de ciudadanos encabezada por XAVIER. Hacen avanzar la cola.
JUEZ.- Apellidos, nombre, profesión. Currículum vitae.
XAVIER.- No comprendo.
LA SECRETARIA.- Debe indicar los acontecimientos importantes de su vida.
XAVIER.- Mi vida es mía. Es algo privado que no le importa a nadie.
LA SECRETARIA.- ¿Privado? Esas palabras no tienen sentido para nosotros. Se trata, naturalemente de su vida pública. La única que, por otra parte, le está autorizada. Pasemos a los detalles.
JUEZ.- ¿Ha sido condenado por saqueo, perjurio o asesinato?
XAVIER.- ¡Nunca!
LA SECRETARIA.- Lo dudo. Señor Juez, añada esta indicación: Vigilarlo.
JUEZ.- ¿Sentimientos cívicos?
XAVIER.- Yo he servido siempre a mis conciudadanos.
JUEZ.- Se trata de saber si usted es de los que respetan el orden existente por la única razón de que existe.
XAVIER.- Sí, cuando es justo y razonable.
LA SECRETARIA.- ¡Dudoso! Escriba que los sentimientos cívicos son dudosos. Que pase el siguiente…
XAVIER se retira contrariado. La carreta de los muertos ha llegado durante este tiempo a la puerta del cementerio y empiezan a descargarla. NADA, borracha, salta de la carreta aullando.
NADA.- ¡Pero si yo les digo que no estoy muerta!
LA SECRETARIA.- Acérquese.
NADA.- Me han metido en la carreta. ¡Y yo había bebido demasiado, eso es todo!
LA SECRETARIA.- ¿Cómo te llamas tú?
NADA.- Nada.
LA SECRETARIA.- Te pregunto tu nombre.
NADA.- Ése es mi nombre.
LA SECRETARIA.- ¡Está bien eso! ¡Con semejante nombre tenemos muchas cosas que hacer juntos! Pasa a este lado. Serás funcionaria de nuestro reino. Mientras tanto, Oficial, usted venderá nuestras insignias.
OFICIAL.- ¿Qué insignias?
LA SECRETARIA.- La insignia de la peste, naturalmente.
OFICIAL.- ¿Y si alguien la rechaza?
LA SECRETARIA.- Los que se nieguen a llevar esta insignia tienen la obligación de llevar otra.
OFICIAL.- ¿Cuál?
SECRETARIA.- Pues la insignia de los que se niegan a llevar la insignia. De esta manera se ve al momento con quién se juega uno los cuartos.
Luz en el centro, regresa LA PESTE.
LA PESTE.- Que comiencen los grandes trabajos inútiles. Usted querida Secretaria, active la transformación de los inocentes en culpables para que la mano de obra sea suficiente.

Se oye un ruido al fondo. El CORO DE MUJERES se agita. Las MUJERES cuchichean.

LA PESTE.- ¿Qué ocurre?
CORO DE MUJERES.- ¡Ésta tiene algo que decir! Señalando a una MUJER.
LA PESTE.- Avanza, ¿qué quieres?.
LA MUJER.- ¿Dónde están nuestros maridos?
LA PESTE.- Los he deportado con algunos otros que hacían ruido y a los que he querido perdonar. Los he concentrado. Hasta ahora vivían en la dispersión y en la frivolidad, un poco disolutos, por así decirlo. ¡Ahora están más firmes, se concentran!
LA MUJER.- ¡Ah! ¡Miseria para mí! La MUJER retrocede hasta el coro.
CORO FEMENINO.- ¡Ah! ¡Miseria para nosotras!
LA PESTE.- ¡Silencio! ¡No se queden inactivos! ¡Hagan algo! ¡Ocúpense! Se ejecutan, se ocupan, se concentran. ¡La gramática es una cosa que puede servir para todo!
La RABIA se retira con su séquito. Junto al GOBERNADOR se haya sentada NADA. Ante ellos filas de administrados. Una MUJER llega alocada.
NADA.- ¿Qué hay, mujer?
LA MUJER.- ¡Han requisado mi casa! Han instalado en ella servicios administrativos.
NADA.- Muy bien. Ni qué decir tiene.
LA MUJER.- Pero yo estoy en la calle y han prometido darme otro alojamiento.
NADA.- ¿Ves? Han pensado en todo.
LA MUJER.- Pero hay que hacer una solicitud que seguirá su curso. Entre tanto, mis hijos están en la calle.
NADA.- Razón de más para hacer tu solicitud. Rellena ese formulario.
LA MUJER.- Pero, ¿irá de prisa?
NADA.- Puede ir deprisa a condición de que presentes una justificación de urgencia. Un documento que demuestre que es urgente para ti el no seguir en la calle.
LA MUJER.- Mis hijos no tienen techo, ¿qué cosa más necesaria que darles uno?
EL GOBERNADOR.- Mujer, no te van a dar un alojamiento porque tus hijos estén en la calle. Se te dará si presentas un certificado. No es lo mismo.
LA MUJER.- Nunca he entendido ese lenguaje. El diablo habla así y nadie le entiende.
NADA.- No es casualidad mujer. Aquí se trata de hacer las cosas de manera que nadie se comprenda entre sí, aunque hablen la misma lengua.
LA MUJER.- La justicia es que los niños coman cuando tienen hambre y que no tengan frío. Yo sólo pido para ellos el pan de cada día y el sueño de los pobres. No es nada y, sin embargo, es lo que negáis.
EL GOBERNADOR.- Preferid vivir de rodillas a morir de pie, para que el universo encuentre su orden. Compartid vuestras vidas entre los muertos tranquilos y las hormigas.
Luz en el centro. Se ven, recortadas sobre el fondo, cabañas, alambradas de espino, atalayas y algunos monumentos hostiles. Entra ABRIL vestida de máscara, con aire acosado. Contempla los monumentos, el pueblo, la PESTE.
ABRIL.- ¿Dónde está mi ciudad? Esta decoración no es de país alguno. Estamos en otro mundo, en el que el hombre no puede vivir. ¿Por qué estáis mudos?
EL CORO COMPLETO.- ¡Tenemos miedo!
ABRIL.- Yo también tengo miedo. Le viene a uno bien gritar el propio miedo. ¡Gritad, que el viento responderá!
UN HOMBRE.- Éramos pueblo y nos han convertido en masa.
UNA MUJER.- Antes intercambiábamos el pan y la leche, ahora nos abastecen.
OTRA MUJER.- Ahora pataleamos, pataleamos y decimos que nadie puede hacer nada por nadie.
OTRO HOMBRE.- Estamos administrados. Nuestras caras están selladas, nuestros pasos contados, nuestras horas ordenadas.
OTRA MUJER.- ¡Nos ahogamos en esta ciudad cerrada!
CORO COMPLETO.- ¡Ay, si el viento se levantara!
Entra la PESTE, que al escuchar al pueblo prorrumpe en carcajadas. Hace una señal a los guardias que avanzan hacia ABRIL. Ésta huye.
LA PESTE.- ¡Corred tras ella! ¡No la dejéis escapar! ¡Marcadla!
OFICIAL.- ¡Marcadla! ¡Aplastadle la boca! ¡Amordazadla y enseñadle las palabras clave, hasta que que ella también repita siempre lo mismo, hasta que se convierta en la buena ciudadana que necesitamos!
Los guardias corren detrás de ABRIL. Silbidos. Sirenas de alarma. Luz en la casa del JUEZ. ABRIL se precipita en ésta. Los guardias se detienen delante de la puerta y allí se apostan.
EL JUEZ.- ¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí?
ABRIL.- El miedo me ha traído a tu casa. Huyo de la peste.
EL JUEZ.- No huyes de ella, la traes contigo. Llevas dos marcas suyas en el brazo. Vete de esta casa.
ABRIL.- ¡Acógeme! Si me echas me espera la muerte.
EL JUEZ.- Mi misión es proteger esta casa e impedir que penetre en ella la enfermedad. Yo soy el servidor de la ley; aquí no puedo darte acogida.
ABRIL.- Tú servías a la antigua ley, no tienes nada que hacer con la nueva.
EL JUEZ.- No sirvo a la ley por lo que ella dice, sino porque es la ley.
ABRIL.- Pero, ¿y si la ley es el crimen?
EL JUEZ.- Si el crimen se convierte en ley, deja de ser crimen.
XAVIER.- Padre, no es la ley la que te hace actuar, es el miedo. Yo pertenezco a esta mujer, usted consintió ayer en ello.
EL JUEZ.- Yo no digo sí a tu matrimonio, yo digo sí a tu partida. Huid juntos, pero llevaros la enfermedad.
Llaman brutalmente a la puerta, el OFICIAL grita desde fuera.
OFICIAL.- ¡La casa está condenada por haber dado asilo a un sospechoso! ¡Todos los habitantes son sospechosos!
JUEZ.- Por tu culpa, Abril. Voy a denunciarte.
ABRIL.- ¡Mira, hombre de la ley! Si tú haces un solo gesto, aplastaré tu boca sobre el signo de la peste.
XAVIER.- Abril, eso es una cobardía.
ABRIL.- Nada es cobardía en el país de los cobardes.
EL JUEZ.- Denunciaré a este hombre que ha causado tanta perturbación. Y lo haré con una doble alegría, porque obraré en nombre de la ley y del odio.
XAVIER.- Desgraciado seas, padre, acabas de decir la verdad. Jamás has juzgado más que según el odio y tú lo disfrazabas con el nombre de ley. ¡Ah! El asco me ahoga. Vamos, Abril, tómame en tus brazos y pudrámonos juntos. Pero deja vivir a éste para quien la vida es un castigo.
ABRIL.- Quiero huir, Xavier. Tengo vergüenza de ver lo que hemos llegado a ser. Ya no sé donde está el deber. No entiendo nada.
XAVIER.- Abril, yo también siento vergüenza, pero el deber está al lado de los que uno ama.
El JUEZ aprovecha la confusión y huye por la puerta. Xavier abraza con arrebato a Abril, pero ella se separa bruscamente.
ABRIL.- ¡No! De ahora en adelante yo estoy con los otros, con los que están marcados. Su sufrimiento me produce horror, pero ellos tienen necesidad de mí. Tú estás del otro lado, con los que viven.
XAVIER.- ¡No! ¡No! Te lo suplico. ¿Por qué lo arreglan todo para que el amor sea imposible?
ABRIL retrocede mostrando sus marcas. Los gritos de los guardias redoblan desde el exterior. ABRIL mira a todos lados como una loca y huye saltando por la ventana.
XAVIER.- ¡Ay, soledad!
CORO DE MUJERES.- ¡Que se levante el viento, que se levante el viento!
Luz sobre el muelle. ABRIL entra y busca una barca útil de entre las ruinas. Recoge unos maderos y se dirige con ellos al mar. La SECRETARIA aparece por detrás de él.
LA SECRETARIA.- ¡No! Usted no embarcará. No está previsto.
ABRIL.- Nada me impedirá partir.
LA SECRETARIA.- Basta que yo lo quiera. Y lo quiero porque tengo asuntos pendientes con usted. Ya sabe quién soy.
ABRIL.- Lo sé. Morir no es nada. Pero morir humillado…
LA SECRETARIA.- La comprendo. Dese cuenta, yo soy una simple ejecutante. Me gusta usted, ya lo sabe. Pero he recibido órdenes.
ABRIL.- Prefiero su odio a su sonrisa. La desprecio.
LA SECRETARIA.- Como usted quiera. Por otra parte no es muy reglamentaria esta conversación que tengo con usted. El cansancio me pone sentimental. Hago un oficio ingrato, lo sé. Es fatigoso, y además hay que emplearse a fondo. Al principio, por ejemplo, titubeaba un poco. Ahora tengo la mano segura.
ABRIL.- Termine ya su sucia comedia. ¿A qué espera? Haga su trabajo y no se divierta conmigo. ¡Máteme! Porque yo, mientras esté vivo, continuaré alterando su hermoso orden con el azar de mis gritos y mis acciones. ¡La rechazo!
LA SECRETARIA.- ¡Magnífico! Querida, magnífico.
ABRIL.- Están ustedes perdidos. Usted había creído que todo podía ponerse en cifras y fórmulas, pero hay en el hombre una fuerza que ustedes no podrán reducir, una locura clara mezclada de miedo y de valor. Es esa fuerza la que va a levantarse, y entonces verán cómo se esfuma su gloria.
La SECRETARIA se ríe. ABRIL la abofetea, y al mismo tiempo los HOMBRES del coro se arrancan las mordazas. Se vuelven a mezclar hombres y mujeres.  Lo hacen.
CORO COMPLETO.- El viento, ya viene el viento…
LA SECRETARIA.- Magnífica. Es usted magnífica cuando está colérica.
ABRIL.- ¿Qué ha pasado? Han desaparecido mis marcas de la enfermedad.
LA SECRETARIA.- Ya lo ve. Las marcas desaparecen. Voy a contarle un secretillo… El sistema de ellos es excelente, tiene usted razón, pero hay un fallo en su maquinaria. Desde que me alcanza la memoria ha bastado con que un hombre supere su miedo y se rebele, para que la máquina comience a chirriar, y a veces termina verdaderamente por atrancarse.
ABRIL.- ¿Por qué me dice usted eso?
LA SECRETARIA.- Ya sabe, por más que haga lo que hago, tiene una sus debilidades. Yo había venido para terminar con usted según el reglamento. Sin embargo, ha encontrado el camino. ¿Tiene aún miedo?
ABRIL.- No; ya no.
LA SECRETARIA.- Entonces ya no puedo nada contra usted. Esto también está en el reglamento. Bien puedo decírselo, es la primera vez que este reglamento tiene mi aprobación.
La SECRETARIA se retira suavemente. ABRIL se palpa allá donde tuvo las marcas de la peste, mira su mano y se vuelve bruscamente en dirección a los gemidos de los enfermos. Se acerca a una MUJER y le quita la mordaza. Le quita el pañuelo a una de las mujeres.
MUJER.- Buenas tardes, hermana. Hace mucho tiempo que no había hablado.
Abril le sonríe mientras procede a quitar las mordazas de las bocas de más enfermos. Lo hace. El cielo se ha iluminado. Se ha levantado un ligero viento que sacude las puertas. El pueblo rodea a ABRIL con la mordaza quitada y los ojos levantados al cielo.
MUJER.- ¿Qué es eso?
ABRIL.- El viento del mar…
CORO COMPLETO.- El viento, ya viene el viento…
Cae el telón. Fin del segundo acto.
Al levantarse el telón, los habitantes de la ciudad se afanan en la Plaza por eliminar los decorados de la Peste. En pie, colocado por encima de ellos, ABRIL dirige los trabajos.
ABRIL.- ¡Abrid las ventanas!
CORO COMPLETO.- ¡Abrid las ventanas!
ABRIL.- ¡Aire, Aire! ¡Agrupad a los enfermos!
CORO COMPLETO.- ¡Aire, Aire!
Se abren las ventanas, se agrupan los enfermos.
ABRIL.- No tengáis miedo, esa es la condición. Levantad la cabeza, es la hora del orgullo. Tirad vuestras mordazas y gritad conmigo que ya no tenéis miedo.
UNA MUJER.- Hermano, te escuchamos y empezamos a tener esperanza.
UN HOMBRE.- Nosotros, miserables, que vivimos de olivas y pan…
OTRA MUJER.- Pero el viejo temor no ha abandonado aún nuestros corazones.
OTRO HOMBRE.- Aunque tenemos tan poca cosa, tenemos miedo de perderlo todo con la vida.
ABRIL.- ¡Perderéis la oliva, el pan y la vida si dejáis que las cosas sigan como están! Hoy es preciso vencer el miedo si queréis conservar solamente el pan.
CORO COMPLETO.- ¡Ciudad, despierta!
ABRIL.- ¡Abandonad las filas del miedo, gritad a los cuatro rincones del cielo!
OTRO HOMBRE.- Hermano, tiramos todas estas mordazas.
CORO COMPLETO.- ¡El viento, el viento…!
Entra LA PESTE por el otro lado. La SECRETARIA y NADA le siguen.
LA SECRETARIA.- ¿Qué significa esta historia? ¿Es que estamos de charla? ¡Pónganse las mordazas de nuevo!
Algunos, en el centro, se ponen las mordazas. Pero un grupo de hombres se sitúa al lado de ABRIL.
LA PESTE.- Hay que agravar las medidas.
LA SECRETARIA.- Agravémoslas. ¿Por dónde empezamos?
LA PESTE.- Por el azar, es más sorprendente.
La secretaria tacha dos nombres. Golpes secos. Dos hombres caen. Los que trabajan se detienen petrificados. Los guardias de la peste se precipitan, vuelven a poner las cruces en las puertas, cierran las ventanas, mueven los cadáveres…
ABRIL.- ¡No nos da miedo la muerte!
CORO DE MUJERES.- ¡No nos da miedo la muerte!
Los guardias retroceden. La misma pantomima pero a la inversa. El viento sopla cuando el pueblo avanza.
LA PESTE.- ¡Tacha a éste!
SECRETARIA.- ¡Imposible! ¡Ya no tiene miedo!
LA PESTE.- ¿Cómo? Éste va demasiado lejos.
LA SECRETARIA.- Va lejos, en efecto.
LA PESTE.- ¿Secretaria, por qué dice eso con melancolía? ¿Por lo menos no habrá sido usted quien le haya informado?
LA SECRETARIA.- No. Ha debido darse cuenta él solo. Tiene ese don.
LA PESTE.- Tiene ese don, pero yo tengo mis medios.
CORO DE MUJERES.- ¡El cielo se templa y se airea!
ABRIL.- No escuchéis lo que ella dice.
LA PESTE.- ¡Silencio! Yo soy quien pone agrio el vino y seca los frutos. Tengo horror de vuestras sencillas alegrías. Tengo horror de este país, en el que se pretende ser libre sin ser rico. Yo tengo las prisiones, los verdugos, la fuerza, la sangre. Silencio, pues, o lo aplasto todo.
ABRIL.- ¡Ni miedo, ni odio, esa es nuestra victoria!
CORO COMPLETO.- ¡Ni miedo, ni odio! Repetido desde el bajo volumen al estruendoso.
Los guardias de la peste abandonan temerosos la escena. El pueblo se vuelve a agrupar.
UN HOMBRE.- ¡Huyen. Llega el triunfo del hombre!
UNA MUJER.- El verano se acaba con la victoria.
CORO COMPLETO.- ¡El viento, el viento…!
En medio de la celebración, es conducida una camilla sobre la que yace XAVIER malherido. ABRIL se precipita.
ABRIL.- ¡Vuelve Xavier! ¡Mantente firme en esta orilla de la tierra!. Si tú mueres, durante todas las horas que me queden, será de noche en pleno día.
XAVIER.- Me olvidarás, Abril; eso es seguro. Es un espantoso tormento morir sabiendo que uno va a ser olvidado.
ABRIL.- No te olvidaré. Mi memoria será más larga que mi vida.
La PESTE ha llegado despacio junto a ABRIL. Sólo el cuerpo de XAVIER los separa.
LA PESTE.- Entonces… ¿renunciamos?
ABRIL.- Te propongo un cambio. Déjala vivir y mátame a mí. Quiero morir en su lugar.
LA PESTE.- Es una de esas ideas que se tienen cuando uno está cansado. Vamos, no es agradable morir. ¡Dejémoslo así!
ABRIL.- Es una idea que se tiene cuando uno es el más fuerte.
LA PESTE.- Reflexiona por lo menos. La vida tiene cosas buenas.
ABRIL.- Mi vida ya no vale nada
LA PESTE.- ¿No vale nada el primer café de la mañana? El olor del polvo de mediodía en los ribazos, la lluvia de la tarde, el hombre aún desconocido, el segundo vaso de vino, ¿no significan nada?
ABRIL.- Es duro morir, pero él vivirá mejor que yo.
LA PESTE.- Escucha. Yo te propongo otro trato. Te doy la vida de este hombre y os dejo huir a los dos, siempre que me dejéis arreglármelas con esta ciudad.
ABRIL.- No. Conozco mis poderes.
LA PESTE.- ¡Imbécil! Diez años del amor de este hombre valen como un siglo de la libertad de todo un pueblo.
ABRIL.- El amor de este hombre es mi reino. Puedo hacer de él lo que quiera. Pero la libertad del pueblo, le pertenece. Yo no puedo disponer de ella.
LA PESTE.- No puede uno ser feliz sin hacer daño a los otros. Es la justicia de esta tierra.
ABRIL.- Yo no he nacido para consentir esa justicia.
LA PESTE.- Basta con mirar a los hombres y a las mujeres. Se sabe entonces, que toda justicia es suficientemente buena para ellos.
ABRIL.- Yo sé que no son puros. Yo tampoco. Pero ahora comienza el tiempo de los hombres libres.
CORO COMPLETO.- ¡El tiempo de los hombres libres!
LA PESTE.- Pon a tus hombres libres el traje de mi policía y verás en lo que se convierten. La cobardía es vivir como ellos lo hacen, pequeños, necesitados, siempre a media altura.
ABRIL.- No te burles de su cabeza agachada, porque los cometas del miedo hace siglos que pasan por encima de ellos. ¡Yo no bajaré los ojos!
CORO COMPLETO.- ¡No bajará los ojos!
LA PESTE.- ¡No los bajarás, ya se ve! Entonces prefiero decirte que acabas de triunfar en la última prueba. Si me hubieras dejado esta ciudad, habrías perdido a este hombre y tú te habrías perdido con él. Por no hacerlo, esta ciudad ya es libre ¿Ves? Basta una insensata como tú… La insensata muere, evidentemente. Pero al fin, y gracias a ella, el resto se salva. Pero dime, ¿merece el resto ser salvado?
ABRIL.- ¿La insensata muere?
LA PESTE.- Esto es muy fatigoso para mí. Prepárate.
ABRIL.- Estoy listo.
La peste señala a ABRIL.
LA PESTE.- Aquí están las marcas de la enfermedad. Hacen daño, ¿verdad? Gime un poco, eso está bien, y déjame verte sufrir antes de abandonar esta ciudad. Secretaria, acabe el trabajo.
LA SECRETARIA.- Destruyamos pues, pero a mí, cada vez me satisface menos esto.
LA PESTE.- Le ordeno que se calle. El cansancio la está ablandando.
ABRIL ha caído casi del todo. La PESTE lo incorpora.
LA PESTE.- ¡De pie mujer! El fin no puede llegar sin que mi secretaria haga lo necesario. Y ves que por el momento anda con sentimentalismos. Pero no temas. Ella hará lo necesario, lo que está en la regla y en la función. La máquina rechina un poco, eso es todo. Pero alégrate imbécil, te devuelvo esta ciudad.
CORO COMPLETO.- ¡Abrid las puertas, que sople el viento!
LA PESTE.- ¡Miradme! ¡Mirad por última vez el único poder de este mundo! Desde hace milenios he cubierto de cadáveres vuestras ciudades y vuestros campos. Y os aseguro, que seguiré poniendo a pueblos enteros de rodillas. Ninguna belleza, ninguna grandeza se nos resistirá. Triunfaremos sobre todo.
LA SECRETARIA.- Triunfaremos sobre todo, sí… Salvo sobre el orgullo. Yo soy más vieja que usted y sé que el amor de ellos tiene también su obstinación.
LA PESTE.- ¿El amor? ¿Qué es eso?
La PESTE sale. La SECRETARIA se acerca a XAVIER que comienza a levantarse. ABRIL cae pesadamente al suelo.
LA SECRETARIA.- Levántate, Xavier. Estoy cansada. Hay que terminar. Ahí tienes a tu amada.
XAVIER.- Abril, ¿qué has hecho de nuestra dicha?
ABRIL.- Estoy contento, Xavier. He hecho lo que era menester. Me he puesto en regla con la muerte.
XAVIER.- ¡Vamos, llévame contigo!
ABRIL.- No, este mundo tiene necesidad de ti. Tiene necesidad de nuestros hombres y de nuestras mujeres para aprender a vivir.
La secretaria acerca la mano a ABRIL. Comienza la mímica de la agonía. Las MUJERES se precipitan hacia XAVIER y le rodean. La SECRETARIA tacha, ABRIL muere. Las MUJERES se lamentan mientras el viento sopla algo más fuerte.
CORO DE MUJERES.- ¡La desgracia ha caído sobre ella!
CORO DE HOMBRES.- ¡No, no hay justicia!
LA SECRETARIA.- No lloréis, mujeres. La tierra es grata para los que la han amado.
La SECRETARIA sale. XAVIER y las mujeres van hacia un lado llevando el cuerpo de Abril. Reaparece NADA.
NADA.- Alegraos, vais a tener vuestros discursos de concesión de premios. Pero antes de que adelanten el estrado, quiero resumiros el mío. Ya lo veis, pueblo; los gobiernos pasan, la policía permanece. Hay, pues, una justicia.
XAVIER.- No, no hay justicia, pero hay límites. Y los que pretenden no reglamentar nada, como esos otros que trataban de dar una regla para todo, rebasan por igual los límites. Que el viento y la sal vengan a limpiar esta ciudad.
CORO MASCULINO.- ¡Abrid las puertas!
CORO FEMENINO.- El viento, el viento…
XAVIER.- Viento y mar, patrias de los insurrectos, aquí está tu pueblo que no cederá jamás.
CORO GENERAL.- ¡Aquí está tu pueblo, que no cederá jamás!
Con el viento que sopla tempestuosamente en la ciudad, se hace el oscuro y cae el telón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario